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Mèng
Lóng hace mucho tiempo esta muy interesado en Siddharta Gautama. No
le interesa hablar de sus leyendas, aunque conoce muchas; ni tampoco
le interesa (con todo respeto) referirse a sus renuncias. A Mèng
Lóng le interesan las ideas que Siddartha dejó tras de sí. Siddharta no fue
un tipo común, nació para ser rey y lo abandonó todo para
despertarse. A Mèng Lóng no le interesa hablar de lo religioso,
sino de lo humano; no le interesa el símbolo sino las ideas que le
acompañan. Mèng Lóng admira mucho a Siddharta y hace tiempo habla
sobre la mente y los fenómenos, de lo insatisfactorio de la vida y
como puede ser vencido; no obstante, aveces siente pena porque
descubre el sabor religioso cuando habla de ello. Le incomoda repetir
lo que dijeron otros, advirtiendo que la devoción puede llegar a ser
considerada más importante que iluminarse. Siddharta no dejó nada,
no le interesaba. Los discípulos de Siddharta se esforzaron tanto
por preservar y escribir fielmente sus palabras; no obstante, no son
sus palabras. Bastan humildemente sus cuatro nobles verdades:
palabras sencillas, tranquilas, humanas que pueden ser fácilmente
enseñadas. Iluminan más si se practican a voluntad y constancia,
en comparación a lo copilado siglos después de su partida. Se
necesita tranquilidad para ampliar los horizontes de la mente.
Esta
figura fue un regalo. Mèng Lóng la ha guardado en un lugar
privilegiado en una vitrina, rodeada de cosas importantes. No es un
altar, es tan solo un lugar especial. No venera la figura, respeta
las ideas que se asocian a esta y a veces, la contempla pensando que
haría o diría un Siddharta Gautama en su lugar.